Número 10, Año 3, Abril-Junio 1998

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Dos Prejuicios en Torno a los Nuevos Medios

 Por: Alfredo Troncoso
 

Se trata aquí es de precaver al lector contra dos formas comunes y demasiado simplistas de responder a la revolución de los nuevos medios: la primera subestima su poder de transformación y trata de comprenderlos a partir de concepciones destinadas a los medios convencionales, la segunda exagera a tal grado el fenómeno que tiende a minimizar el poder que los medios tradicionales, sobre todo la TV,  aún detentan.

 Una de las tantas ironías del conocimiento en torno a  los Mass Media es que a menudo se populariza una doctrina justo cuando ha perdido toda vigencia. Así, el público comienza a creer en el poder de manipulación social de los medios precisamente cuando los emisores ya no saben qué hacer para volver a tomar la sartén por el mango; todo mundo se pone a hablar de falos ocultos en cubos de hielo y diseños de automóviles exactamente cuando los publicistas empiezan a ruborizarse cada vez que se alude al embarazoso asunto de la publicidad subliminal; en fin, la ironía se repite en nuestros días con el impúdico uso que se hace por todas partes de la noción Mcluhaniana de Aldea Global.

 Como se sabe, la Aldea Global es una de las tantas y afortunadísimas expresiones acuñadas hace más de treinta años por Marshall Mc Luhan para explicar y anunciar el mensaje de los medios masivos de comunicación, en particular la TV. La idea del canadiense era que, por un lado, los entonces nuevos medios combatirían la tendencia occidental al conocimiento analítico, conceptual y distante, en su lugar volveríamos a privilegiar la imaginación, la síntesis de los sentidos, un saber profundamente involucrado y participativo, en una palabra, la TV encabezaría un movimiento de retribalización; por otro lado, esa tendencia tribalizante obedecería a una lógica de la implosión, de la progresiva abolición del espacio y tiempo abstractos, proceso  que conduciría eventualmente al allatonceness de la aldea planetaria. No nos detendremos aquí a delatar lo inverosímil que nos parece el optimismo Mcluhaniano, cuan indeseable nos resulta su utopía de un planeta que ha sustituido el espacio y tiempo visuales por el espacio mítico de la TV, tampoco señalaremos la repugnancia que nos produce la realización parcial de sus profecías en los integrismos, nacionalismos y esoterismos exóticos o en el interminable ahora del mesiánico Ted Turner y sus secuaces de la CNN, lo que nos interesa señalar aquí es que si bien tenía sentido hablar de Aldea Global como posible excrecencia de la TV, no tiene ningún sentido emplear el mismo término para aludir a las posibles consecuencias de la telefonía celular, la televisión cableada o las computadoras personales.

 Por ejemplo, en el caso de las computadoras y el World Wide Web, el más elemental análisis conforme al enfoque de Mc Luhan revela que estamos ante un medio que, lejos de fomentar el advenimiento de la Jerusalén electrónica, conduce a la fragmentación;  si acaso, promoverá la conformación de algunas aldeas, en plural, difícilmente La Aldea.

Uno de los grandes méritos de Mc Luhan fue el de pensar los medios a partir de la experiencia que cada uno de ellos hacía posible, su especialidad era precisamente la de ponernos en guardia contra la tentación de entender un medio a partir de los prejuicios contraídos en  la frecuentación de otro medio. En ese sentido, me temo que la mejor forma de hacerle honor es abandonando esa noción de Aldea Global explícitamente concebida para dar cuenta del mundo que parecía estar construyendo la TV; hasta la noción de globalización, con su omisión del componente tribal “aldea”, resulta sumamente equívoca en este contexto, en el de internet por ejemplo: si por globalización entendemos el mero aspecto técnico de una red que cubre el planeta en sentido geográfico, espacial (justo el sentido que no le interesaba a Mc Luhan), entonces el uso es legítimo, pero si el término tiene connotaciones de unificación, de homogeneización, entonces, somos víctimas de una miopía mediática que raya en la ceguera.

En cuanto al segundo prejuicio, aquellos que se toman la revolución digital demasiado en serio tienden a subestimar el poder de los medios tradicionales; tal como muchos de los profetas de la comunicación de masas tendían a subestimar el poder del viejo medio, de la escritura. El fenómeno se agrava en  la medida en que, mientras más se habla de digitalización de la cultura, de desmasificación de las audiencias y de hegemonía de la comunicación interactiva, más se afloja la vigilancia de ese medio en el que finalmente habíamos aprendido a desconfiar. En efecto, que la TV ya no reine sola, que tenga que compartir su imperio no sólo con la radio y el cine, sino con la nueva telefonía y las computadoras personales, no significa que carezca de poder. Por el contrario, bien podría ser que los nuevos medios la hayan liberado para lo que realmente sabe hacer, para lo que discutíamos más arriba: para ser la antena de la tribu.

La mejor evidencia reciente de esa innegable facultad que la TV tiene para abolir el espacio visual generando un involucramiento acrítico y profundo, a saber,  mitológico,  es su cobertura de los funerales de la Princesa Diana. Algunos medios hicieron valientes e infructuosos esfuerzos por hacer valer lecturas alternativas del acontecimiento, el hecho es que fue la TV la que hizo de esa muerte un acontecimiento mítico. Con contadísimas excepciones, prevaleció lo que la estudiosa alemana Elizabeth Noelle-Neumann define en ámbito político, en ámbito video-político, como el efecto fundamental de la TV: la espiral del silencio. El mundo entero cayó víctima de una lacrimosidad involucrada, indignada y moralizante ante la hermosa princesa asesinada por el frívolo periodismo, poco importó que para muchos ya no era princesa antes de morir, que por años parecía haberse complacido usando los medios para sus no siempre nobles causas, que el mismo día que ella moría, moría sin cobertura periodística algún niño pisando una mina,  no importó que esos mismos periodistas hubieran alimentado por años una curiosidad frívola repentinamente trocada en moralista condena, tampoco importó que para muchos Lady D no era Juana de Arco antes de morir, que para muchos gustos no era hermosa, ni siquiera elegante.

Las posibilidades de una aldea global son cada día más remotas, eso no quiere decir, comose hizo evidente en la muerte de Lady D y en los aterrorizantes niveles de audiencia previstos para el próximo mundial de fútbol, que la televisión ya no sea  capaz de turbar el imaginario colectivo.
 

 

 
" La Empaquetada"
Francisco Corzas, 1966
 
 
 

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